martes, 6 de diciembre de 2016

Evangelista relata la noche que presentó el Apocalipsis a Fidel Castro

Con el título “La noche que enseñé el Apocalipsis a Fidel Castro”, el teólogo evangélico Juan Stam relata un encuentro insólito que ocurrió en 2002, en Cuba, entre un grupo de pastores protestantes y Fidel Castro.



Estrenó su poder caudillista el 1 de enero de 1959 tras derrocar al régimen de Batista. Ni siquiera en el ocaso de su existencia, después de que una enfermedad lo apartó del Gobierno en 2006, desapareció su influencia en la isla caribeña.
Con el título “La noche que enseñé el Apocalipsis a Fidel Castro”, el teólogo evangélico Juan Stam relata un encuentro insólito que ocurrió en 2002, en Cuba, entre un grupo de pastores protestantes y Fidel Castro.


Retomamos este artículo que por su interés les exponemos en su totalidad a continuación:“LA NOCHE QUE ENSEÑÉ EL APOCALIPSIS A FIDEL CASTRO”Juan Stam


Corría el mes de octubre del año 2002 y me encontraba en La Habana participando en un encuentro teológico sobre la Reforma Protestante.


Una noche, al final de la jornada del día, nuestro líder nos pidió a todos sentarnos porque tenía un aviso. Fidel Castro nos había invitado para una entrevista esa misma noche, desde las once horas hasta las dos de la madrugada.

Entramos en la sala, saludamos a Fidel Castro y sacamos fotos. La sala era bastante larga pero muy angosta, y me tocó sentarme a un extremo.

Al principio Fidel hablaba en voz baja y no pude oír todo bien. Pero de repente me di cuenta de que Fidel estaba haciendo preguntas sobre el Apocalipsis: “Ustedes que son pastores”, nos dijo, “Cómo entienden el libro del Apocalipsis”.
Parecía que lo había estado leyendo. Con mucho respeto nos preguntaba, “¿Qué pasa con los derechos humanos, cuando se mata tanta gente que parece un genocidio? ¿Y cómo explicar ecológicamente la destrucción de los bosques y mares?” Eran buenas preguntas, pero difíciles y Fidel esperaba una respuesta.
Como algunos del grupo sabían de mis escritos sobre el Apocalipsis, le dijeron a Fidel, “Mira, Fidel, ahí está alguien que te lo puede aclarar”. Jamás había yo esperado tal situación, pero de repente me encontraba con la pelota entre mis pies, a ver si se podría lograr “un gol del Espíritu Santo”, como suele decir nuestro querido amigo, Pablo Richard.
Envié una plegaria al Todopoderoso, traté de organizar mis ideas, y comencé a responder a sus preguntas.

Como la palabra “apocalipsis” tiene tan mala fama, comencé con aclararle a Fidel que esa palabra no significa catástrofe, hecatombe o calamidad, sino “la manifestación (el significado de “Apocalipsis”) de esperanza en Cristo Jesús”. Fidel se mostró sorprendido y comentó, “Entonces, hay un problema semántico con ese término”. ¡Exacto! Pude ver que tenía un buen alumno.

Después señalé que la mayor parte del Apocalipsis son visiones, y las visiones hay que saber interpretarlas. Pueden ser literales y futuras, pero no necesariamente y no siempre. Pero siempre son mensajes de Dios a los impíos, llamándoles a la conversión. Por eso el libro dice varias veces, después de unas visiones muy fuertes, “y sin embargo, no se arrepintieron”.

Muchas visiones, como las de quemar una tercera parte de los bosques, cambiar las aguas en sangre o matar una tercera parte de la humanidad, no son predicciones de cosas que Dios va a hacer en el futuro. Son más bien un llamado a la conciencia.

Terminé mi respuesta con señalar las fuertes críticas que Juan de Patmos lanza contra el imperio romano, sobre todo por sus injusticias económicas, su sangriento militarismo y su idolatría.

Yo había escrito mucho sobre eso, y ahora sentí que Dios me había estado preparando para decírselo a una de las personas más importantes de nuestro tiempo, en esa inesperada oportunidad.


Cuando terminé la explicación, Fidel comentó, “Usted tiene mucha razón, veo que los jesuitas me enseñaron mal el Apocalipsis”. (Eso último en broma, porque él había estudiado con los jesuitas).

A mediados de la entrevista le hablamos a Fidel de nuestra fe en el Dios de amor, de la vida y de la justicia. Muchos ateos, dijimos, están rechazando a un “dios” falso, que no es el Dios verdadero. A eso respondió Fidel, “Por supuesto, la fe es un asunto personal que tiene que nacer de la conciencia de cada persona. Pero el ateísmo no debe ser una bandera”.

A eso de las dos de la madrugada, Fidel se disculpó porque tenía otro compromiso, pero dijo que tenía una última pregunta: “Veo que ustedes son evangélicos. Explíquenme que significa eso, quien sabe si soy uno sin darme cuenta”.

Nuestro líder, Israel Batista, no despreció tan oportuna invitación. Se mostró al nivel del desafío, y expuso el evangelio en términos que Fidel iba a poder entender bien. Al final de su exposición propuso que nos pusiéramos en pie para orar. Fidel también se puso de pie, e Israel nos dirigió en oración.

Al salir de la sala, miembros del protocolo de Fidel me pidieron enviar escritos sobre el tema y me aseguraron que Fidel lo leería. El día siguiente tuvimos la tradicional visita con el director de relaciones religiosas del gobierno, un señor Balaguer, y comenzó la sesión comentando, “Me dicen que tuvieron una conversación muy interesante anoche sobre el Apocalipsis, y yo también tengo una pregunta”. Creo que todo esto es representativo de un gran interés en el Apocalipsis y, en general, en la palabra de Dios.


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